Las calderas son los electrodomésticos encargados de proporcionarnos calefacción y agua caliente en el hogar, por lo que resulta un elemento imprescindible en la mayoría de las viviendas. Así, no está de más conocer qué tipo de calderas tenemos disponibles en el mercado, para poder elegir la opción más adecuada a nuestras necesidades en el momento de reemplazar o instalar un nuevo sistema.
El primer punto a aclarar es lo referente a la denominación, y es que, aunque su funcionamiento es el mismo, se diferencian calderas de calentadores en que estos últimos sólo dan servicio de agua caliente sanitaria (ACS), pero no de calefacción. Más específicamente, llamamos termos a los calentadores que funcionan con electricidad. Por su parte, los acumuladores son depósitos de agua caliente que aprovechan el calor de una caldera (acumulador indirecto), o que cuentan con un sistema de combustión o de generación de calor propio (acumulador directo).
La diferencia entre una caldera y un acumulador directo es que la primera trabaja de forma continua, esto es, que calienta el flujo de agua que recibe en el momento en el que se necesita, mientras que el segundo mantiene caliente todo el agua que contenga el tanque; cuando la misma se agota, es necesario esperar a que se vuelva a calentar por completo.
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Volviendo a las calderas, ese funcionamiento del que hablamos consiste, en la práctica, en un proceso muy simple: no es sino un quemador de combustible que emplea el calor para elevar la temperatura del agua. Por lo tanto, independientemente del tipo de calderas del que hablemos, todas contarán con unos accesos a los circuitos de agua caliente y de calefacción, con una alimentación de combustible y de aire, y con una salida de humos.
Calderas según combustible
La primera clasificación de estos equipos tiene que ver con el combustible que emplean, así podemos diferenciar tres grupos principales:
- Calderas de gas: gas natural, propano, butano.
- Calderas de gasóleo.
- Calderas de biomasa: leña, pellets, astillas…
Dentro del consumo doméstico, el gas natural es la fuente energética para calefacción y agua caliente más extendida en nuestro país, ofrece un gran rendimiento y su coste es bastante bajo; pero requiere de acceso a la canalización de suministro, lo que no siempre es posible. Por eso, dentro del resto de opciones, cada una será más o menos adecuada en función del entorno y disponibilidad para cada casa.
Por ejemplo, también existen sistemas de suministro canalizado de gas propano, pero igualmente se puede encontrar disponible en bombonas, al igual que el butano, y a granel, es decir, como opción para rellenar un depósito que tengamos instalado en nuestra vivienda. Esto último es lo mismo que sucede con el gasóleo, para el que también será necesario contar con un tanque de almacenamiento.
Dejando de lado el biometano, muy poco extendido, todos estos gases proceden del petróleo, por lo que no son fuentes energéticas renovables. Y dentro de los mencionados, el gas natural es el que menos emisiones contaminantes genera, mientras que el gasóleo es el que más.
El tercer tipo de calderas mencionado, el de biomasa, sí que emplea un combustible renovable y bastante más flexible, como es la leña, pero pueden llegar a admitir incluso huesos de aceituna y otros restos vegetales. Su principal problema es que son menos eficientes en su rendimiento energético, por lo que sólo resultan interesantes si su disponibilidad es mayor frente a otras opciones. Esto suele cumplirse en entornos con actividad agrícola, o cuando los consumos no son muy elevados.
Precisamente esta baja eficiencia requiere contar con espacio suficiente para almacenar el combustible necesario, en función de lo que gastemos, pero además las calderas suelen ser bastante más voluminosas que las de gas. De hecho, mientras que los equipos de gas suelen ser murales (se instalan colgados de la pared), los de propano y biomasa se colocan en el suelo. Además, las calderas de biomasa suelen requerir de un acumulador externo para poder tener suministro de agua caliente sanitaria.
Aún así, si nos referimos a la capacidad calorífica, podemos encontrar una opción a la medida de nuestras necesidades en cualquier tipo de calderas, lo que se mide en kilowatios (kW). De media, una potencia de unos 24 kW es suficiente para el suministro de agua caliente y calefacción de una vivienda de unos 100 m2.
Calderas según el funcionamiento
Aunque ya hemos dicho que el funcionamiento de estos equipos es común, existen varias modalidades en cuanto a cómo tratan los gases de combustión. Así, una primera clasificación distinguiría las calderas atmosféricas, aquellas que emplean el aire directamente del espacio donde se encuentre; y las estancas, que son las que cuentan con una salida de humos. Teniendo en cuenta que las primeras ya están prohibidas en casi todos los casos, cualquier tipo de calderas disponible será de funcionamiento estanco.
Pero dentro de estos equipos, también encontramos diferentes tecnologías, de hecho, las calderas estancas convencionales también han sido prohibidas y en la actualidad se opta por las más avanzadas calderas de condensación y las de bajo NOX, mucho más eficientes y, por lo tanto, menos contaminantes. Como particularidad, las calderas de condensación deben contar con un desagüe.
Otras alternativas las encontramos en los sistemas de evacuación de gases. Y es que, mientras que para las calderas instaladas en el interior de las viviendas el tiro siempre será forzado, para las situadas en el exterior podemos optar por calderas de tiro natural.
Aparte de las ya mencionadas, existen diversas prestaciones adicionales que dependerán de cada modelo concreto de caldera, como ejemplo de las mismas podemos mencionar los equipos con termostato, lo que permite que la calefacción solo se encienda a partir de una determinada temperatura, o incluso las que se pueden controlar mediante una conexión wi-fi.
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